No sé lo que debo haber leído que me recordó este poema que escribí allá por el 2007 o 2008. Pasaron muchos años desde que lo escribí. En aquél momento todavía existía Twitter y yo me consideraba casi nada, literariamente hablando. Pero casi nada es algo. Estaba en un taller y uno de mis compañeros —ahora no recuerdo su nombre, lo debo tener anotado en el cuaderno que usaba entonces junto con las primeras versiones del poema— me insistió un largo rato con lo bueno que le resultaba el poema. Esa fue la primera vez que alguien me dijo que un poema mío le parecía bueno. No sé si es así de bueno. Pienso que un poema es bueno si puede transformar el lenguaje de manera tal de producir una transformación recíproca o equivalente en nuestro interior, en nuestra manera de ver el mundo, de entender el universo. En el año 2017, Federico Sgró —un amigo de la Universidad de las Artes— lo seleccionó de entre un montón de poemas para que apareciera en el Nº2 de la revista La pluma, que hacíamos por entonces con otros compañeros. Tal es la breve historia del poemita que quiero presentarles ahora:
RODAJAS DE PAN LACTAL
Entonces alguien trae el pan lactal
y sin saber qué hacer con él
lo deja frente a mí sobre la mesa.
Pienso en el libro de Stephen Hawking
y en ese programa que me explicó
la “Teoría de las cuerdas”
con rodajas de pan
exactamente como ésas.
Sonrío solo imaginando que en alguna parte
hay otro universo donde somos amantes,
y otro donde estás en la terraza
jugando con mi sobrina
no muy lejos de esta mesa.
Que seamos casi nada en éste
me da un poco de tristeza,
pero es por un instante,
porque al pensarlo mejor,
me alegra saber que pertenezco a este universo
y no a ese otro, dos rodajas más allá,
donde esta terraza –y todo lo que pienso–
no existe, y vos y yo nunca nos vimos.
J.S.B.
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