Tengo un cuarto muy pequeño
en la parte más alta de mi casa
al que llevan maderas muy añosas
lustrosa madera que sube a lo más alto
de toda la manzana y de todo el vecindario.
Sangre tinta y tinta negra son colores
con que formo allí una nueva gama
todos colores de los sueños y visiones
con que lleno blancos días y noches negras.
Un baño blanco y una blanca biblioteca
amarillas hojas secas las paredes
dos escritorios y dos sillas se entreveran
entre libros papeles y hojas sueltas.
Entre sus paredes crece una foresta
de libros que se alzan hasta el techo
y se asemejan a frondosos vegetales
con los potus de verdes paralelos.
Por las tardes el sol traspasa oblongos rayos
y el cuartito danza como un niño
se arrebuja bajo las piernas ahumadas
con que bailan frenéticos sahumerios.
Tiene luces coloridas y una gran lluvia de estrellas
que cuelga en el centro de su techo
se parece mucho a mí esa gran bola de espejos
estampando dondequiera en las paredes
los reflejos de las luces que la bañan.
Allí paso las mañanas las tardes y la noches
envuelto en la vorágine incesante
de suaves golpecitos en las teclas
al ritmo de la música de fondo.
Cuando bajo por fin a la heladera
me sorprendo y me resulta puro verso
me parece imposible que en cuarto tan pequeño
quepa entero todo un universo.
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