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Un durazno – Pedro Mairal

Pedro Mairal

UN DURAZNO

Morder el verano,
morder el sol entero
por 1,80 el kilo.
Este durazno recién llegado a casa
fue apenas sueño de árbol escondido
alentado por el fertilizante,
después fue flor y fruto verde solo
protegido de plagas y de heladas
por cinco pesticidas,
engordado por lluvias y riego por goteo,
cosechado por Pablo Luis Ojeda
oriundo de Río Negro
que tumba en un colchón de gomaespuma
su cuerpo dolorido cada noche.
Cargado en un camión que avanza bajo el cielo
maduró este durazno con el viaje,
después llegó al mercado,
atravesó las mafias,
fue a parar a una cámara de frío
que le fijó el color
y lo detuvo durante cuatro meses
cerca de San Cristóbal
hasta que lo compró Supermercados Disco,
y lo llevó a la sucursal 14
sector verdulería de autoservice
donde yo lo elegí, lo embolsé, lo hice pesar
lo tiré en el carrito
al lado del pan Fargo, las pechugas,
junto al Skip Intelligent y el queso,
lo llevé hasta la caja, le leyeron
su código de barras,
lo pagué, lo reembolsé con nailon,
lo traje caminando hasta mi casa
cruzando la avenida,
bordeando el hospital,
entre ciegos, cirujas, policías,
lo subí en ascensor
y llegó a la mesada de mármol sin golpearse.
Entonces lo libré de las dos bolsas,
le lavé el pesticida en la canilla,
le lavé todo el cansancio del camión, el humo,
la noche de las manos de Pablo Luis Ojeda,
le saqué la etiqueta de la marca
y lo mordí con ganas de matarlo,
lo asesiné con dientes, mandíbulas y lengua
y a pesar de la química, de la distancia muerta,
a pesar de la larga cadena intermediaria,
me encontré allá en el fondo de su sueño amarillo
con esa flor primera que perfumaba el viento.

FUENTE CON UVAS Y PERAS

La fruta sobre el llano de la mesa.
En la fuente, unas peras, unas uvas.
Las peras amarillas de siestas bajo el cielo,
las uvas casi negras, casi rojas, violeta.
Racimos desbordantes,
colgando en la molicie de los dones.
¿Qué noches de oscuridad espesa,
qué lluvias hay detrás de sus colores?
Al fondo de su aroma,
¿qué dulce peligro se pasea?
Peras del sur con uvas del oeste
reunidas sobre una mesa humana.
Habrá que detener aquí esa vida.
La tierra se hizo fruta
y esa fruta más tarde será sangre.
Pero yacen ahora en el silencio
de su propio milagro.
Irradian el violeta, el amarillo,
desnudas, relumbrando en la vehemencia,
guardando la dulzura voluptuosa.
Qué evidente que se hace en los racimos
su condición de ofrenda:
de vástagos resecos
emanan las uvas populosas,
de la dura madera de unos árboles
las peras surgen blandas y amarillas.
Regalos deslumbrantes, copiosos alimentos,
en la ciudad, qué lejos que se encuentran.
Habrá que detener la vida en versos
y remontar los círculos frutales,
llegarse hasta sus lluvias,
hasta su sangre de cielos y de campos,
morder para aceptar
la pulpa de los dones,
gustar el amarillo de las peras,
hacer sangre el severo
violeta de las uvas.
Habrá que dar las gracias, detenerse,
mirar sobre la mesa los frutos y la gloria.

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