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“Noches vacías” de Washington Cucurto

En Noches vacías, Washington Cucurto (Santiago Vega) nos introduce en el submundo de una bailanta del conurbano bonaerense. Utiliza para instalar su fábula una poética barroca con dos momentos bien diferenciados y que producen efectos contrapuestos: por un lado existen momentos poéticos donde la prosa deslumbra con su exotismo de bailantero con el cerebro quemado por la Condorina y las fosforescencias del Samber; y por el otro, momentos de violencia lisérgica o ensoñación donde ese mismo exotismo nos expulsa de la mímesis que intenta instalar el narrador al exhibirse como una voz autoconsciente de sus vicios pero que está, a la vez, muy por encima de los demás personajes. Son momentos en los que Eugenio, o El Pili (nótese que al igual que el autor el narrador también usa seudónimo) parece ser un iluminado con acceso a una sabiduría que el resto no tiene, pero que, en lugar de problematizar o sumar historicidad a la trama, esa sabiduría le alcanza solamente para la poetización de las noches bailanteras.

Para Beatriz Sarlo, lo que hace Santiago Vega es “…la hipérbole de la lengua baja. La exageración rompe la ilusión etnográfica…”, y también nos dice que “…La gran invención de Cucurto es la del narrador sumergido, es decir, indistinguible de sus personajes…” (Revista Punto de Vista N°86, páginas 4 y 5).

“Noches vacías” integra el volumen “Cosa de Negros” (Interzona Editora)

Cucurto mismo define sus obras como “cumbielas”; una suerte de posicionamiento entre la cumbia y la novela, que da forma al efecto estético, que en definitiva, es el mismo que produce una buena canción de Gilda: un momento de borrachera social y alegre dispersión de los sentidos.

Sobre los neologismos que utiliza, que son, en general, flexiones y derivaciones de palabras en español centroamericano o, incluso, guaraní; Cucurto le hace decir a su narrador: “Se las pongo apropósito, amigo, pa que descanse, pa que se relaje y disfrute un poco”.

Para Cucurto sus novelas se enmarcan dentro de lo que él llama “realismo atolondrado”, y a pesar de que su narrador parece conocer la diferencia entre contar y narrar: “Narrá todo, me dijo el comisario. Narrá, qué palabra. Narrá te lleva al fondo de las oscuras aguas de la muerte. Si yo nunca narré; apenas cuento, y si me acuerdo”, de igual manera Cucurto prefiere lleva la trama un poco a la bartola.

Martín Kohan va a recalificar el “realismo atolondrado” de Cucurto. Va a decir, en el Boletín N° 12 del CELA,: “Lo que escribe Washington Cucurto en Cosa de negros, bajo el rótulo de realismo sucio, es sucio, pero no es realismo”. Para él Cucurto hace foco en un mundo muy estrecho y particular. Y en ese sentido, la opinión de Kohan coincide con la de Sarlo, para quien la narrativa de Cucurto es una narrativa de lo inmediato, del aquí y del ahora, que carece de historicidad y perspectiva histórica, por lo tanto, mal que le pese a Cucurto, también ella coloca la obra al margen del realismo clásico.

Hal Foster va relativizar, sin saberlo, los dichos de Sarlo. En su ensayo El artista como etnógrafo, Foster dice que encuentra un desplazamiento del arte moderno que va de la diacronía y la verticalidad (la perspectiva y la historicidad que Sarlo le reclama a la obra de Cucurto) hacia la sincronía y la horizontalidad, y que es, esta última, la manera en la que los artistas actuales trabajaban sus textos y obras, mucho más que la anterior.

Lo que también se produce con la voz narrativa en el relato de Cucurto, en términos de Hal Foster, es una sobre identificación con el “otro cultural”, que impone un “mecenazgo ideológico”: algo contra lo que Foster advierte en su ensayo.

Para Foster, existen dos peligros a la hora de la representación etnográfica: el primero de ellos es la excesiva distancia entre el artista y ese otro que se quiere representar. Esto, según Foster puede producirse cuando la identidad del artista está escindida de ese “otro cultural”. El segundo caso se da por una sobre identificación con ese “otro cultural”, lo que impide al artista poner la justa distancia y perspectiva entre él y ese otro que quiere representar.

Por lo tanto hay, para Santiago Vega, una doble imposibilidad de establecer esa justa distancia que le impediría caer en el “mecenazgo ideológico” contra el que pregona Hal Foster: En primer lugar porque Santiago Vega se autoescinde como artista en el acto mismo de delegar la escritura en manos de Washington Cucurto: un escritor que de por sí se encuentra imbuido y forma parte de ese “otro cultural” que quiere representar. Y en segundo, porque a través de esa delegación del poder de escritura y representación que se deja en manos de un “otro cultural” se produce la sobre identificación con el personaje de la novela.


Bibliografía:

CUCURTO Washington, Cosa de negros. Buenos Aires: Interzona Editora, 2015.
KOHAN Martín, Significación actual del realismo críptico. Buenos Aires: Boletín N°12 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, 2005.
SARLO Beatriz, Sujetos y tecnologías. La novela después de la historia. Buenos Aires: Punto de vista N°86, 2006.
FOSTER Hal, El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo. Madrid: Akal, 2001.

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