Andaba por las librerías
de la avenida Corrientes.
Era tarde, ya era de noche
y el olor del papel pesaba tanto
que el viento apenas si movía las hojas.
Yo andaba con esta idea
de que por algún motivo un libro
llega a nuestras manos.
Solito se abre camino, de alguna manera
busca encontrarse con los ojos desvelados
que pasean ida y vuelta por su letras.
–Así es –me dije–: un libro o una mujer
están destinados a llegar a tus manos
o duermen para siempre entre el polvo de las bibliotecas.
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