A través de los años no hice otra cosa que escribir poesía. Incluso cuando era muy chico y no sabía leer ni escribir. Escribía a toda hora, sin darme cuenta. Cuando las calles eran de tierra y no existían las luces de mercurio. Cuando mi mamá era hermosa y alegre como un cascabel (lo sigue siendo todavía). En una casa de madera con chapas de cartón. Mientras mi papá salía a juntar papeles de diario y botellas y un sinfín de cosas inútiles en su carrito de botellero. En plena noche de verano y en pleno carnaval. Con mi amigo Raulito, que era la luz de mis ojos. Andando en bicicleta o tirado (¡toda la santa tarde!) en el campito de la esquina, mientras miraba pasar las nubes por el cielo.
Escribía con una letra redonda y pareja pero llena de faltas de ortografía. Como si vivir no alcanzara. Como si entre las cosas y yo hubiera siempre un cristal que me permitía verlas de otra manera, pero nunca (y esto parecía definitivo) como el resto de las personas. Con esa gran predisposición para la mentira que tienen los chicos solitarios. Escribía, escribía. Pasaba volando una mosca y yo lo anotaba enseguida en mi cuadernito de tierra, de agua, de aire, de fuego resplandeciente. Parecía un trauma, una enfermedad. O en el mejor de los casos se me había aflojado, como quien dice, un tornillo. De hecho, el tiempo pasaba a toda velocidad o no pasaba nunca. Era un milagro y era mi secreto. Si se lo contaba a alguien, se hubiera reído de mí o me hubiera encerrado en una jaula, como a los locos. (Hay gente que se preocupa por estas cosas; por eso odio a la policía…)
En fin, la cuestión es que un día empezó todo. Una palabra trajo a la otra y ésta a la siguiente y cuando quise darme cuenta tenía entre mis manos un libro de poemas. Yo no creo que haya una cosa más rara que un libro de poemas en este mundo. No digo que no las haya, pero en cierta forma, todas las cosas raras terminan ahí. Sobre todo porque el lenguaje de la poesía es un lenguaje común y corriente, y al mismo tiempo es algo que no se puede explicar. Como si uno estuviera hablando con un marciano. Lo digo de verdad, no exagero. Los poetas, de alguna manera fueron (y siguen siendo) como marcianos para mí. Con sus antenas y su melancolía incurable, hicieran lo que hicieran para disimularlo.
Cuando mi papá se enteró que yo era poeta se fue de casa y no volvió nunca más. A mamá se le partió el corazón, como si le hubieran dicho que tenía un hijo bobo y que tendría que cuidarlo el resto de su vida. De hecho, pasaron los años y no logro apartarla de esa idea. Todo lo demás es literatura, es oficio. Fui a la escuela, pero nunca terminé mis estudios secundarios, y todo lo que sé (si es que alguien puede saber algo en esta vida) lo aprendí de esos libros maravillosos que escriben los poetas y por eso —creo— tengo una visión un poco distorsionada de la realidad.
Por ejemplo: comprendo, o trato de comprender, a todo el mundo. Me encuentro con un tipo, me dice que mató a otro tipo o que robó una casa y yo, pasado el estupor, lo comprendo inmediatamente. Una amiga astróloga me dijo que esto ocurre porque soy de piscis, el signo más completo de todo el zodíaco. Puede ser… Yo solamente quiero seguir escribiendo, escribiendo, hasta que la cuerda no de para más. Alguna vez pensé en vivir como todo el mundo (a veces, cada tanto, me agarra esa borrachera) pero a la mañana siguiente, mientras me lavo la cara, comprendo que no hay privilegio más grande que dedicarse a escribir poesía —se trata, por supuesto, de una apreciación personal.
Y es que para mí vivir y escribir es lo mismo. Si no escribo, me seco como una planta. Fuera de esto, no sé nada y no tengo nada de considerable interés. Ninguna posesión. Si mañana mismo me muriera y me preguntara Dios que hice en esta vida, le diría, sin mayores preámbulos, que me entretuve con el viento. Que construí —digamos— como un albañil extremadamente solitario y silencioso, una casa de viento, y nada más. ¿Y dónde está esa casa? me preguntaría Dios, y yo le diría: Acá, en este libro, y le mostraría esta Antología. ¿Es un chiste? No; es la pura verdad… Y Dios, echándole una ojeada rápida a esta selección de poemas, me observaría de costado y luego se reiría de buena gana, conmigo, sin ningún pudor… Entonces yo (entendiendo esta risa como una señal de aprobación, y tal vez de indulgencia) me reiría con él.
Sobre Osvaldo Bossi
Osvaldo Bossi (Buenos Aires, 1963) De Casa de viento, Antología personal (editorial Nudista, 2011).
Osvaldo Bossi nació en Ciudadela, provincia de Buenos Aires. Es poeta y narrador- Entre sus libros de poemas publicados se encuentran: Tres (1997), Fiel a una sombra (2001), El muchacho de los helados y otros poemas (2006), Ruego por el tornado (2006),Del Coyote al correcaminos (2007), Esto no puede seguir así (2010), Casa de viento, antología personal (2011) Y su novela Adoro (2009). Forma parte de diversas antologías de poesía argentina y latinoamericana. Colabora como crítico en distintos medios especializados. Desde hace años, coordina talleres de escritura en el Centro Cultural Ricardo Rojas y en forma particular.
Ver el artículo original por Osvaldo Bossi aquí:
Osvaldo Bossi: A través de los años…
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